martes, 14 de julio de 2009

Votación 2009. Lecciones aprendidas.

Una reforma perfectible. Desde su presentación, la reforma electoral se mostró ingenua, malpensada e incompleta. Las advertencias de intelectuales, analistas, politólogos y demás personajes con credibilidad, no fueron lo suficientemente fuertes como para detener la ambición de los partidos políticos. Hoy, las fallas señaladas y predichas en el año 2007, se vuelven obvias y son motivo de atención. Inconformidades sobre la afectación a la libertad de expresión o el mal uso de la palabra “equidad”, se trabajaran durante el proceso de perfeccionamiento de la reforma.

El enfrentamiento directo no da votos. Para quedar bien hay dos caminos: hablar de nuestras virtudes y valores, o hablar de los defectos y errores del que esta al lado nuestro. El segundo fue el camino escogido por el PAN como estrategia para estas elecciones. La línea de confrontación que mantuvo Germán Martínez concluyó no sólo con la perdida de la mayoría en la cámara de diputados, de varios municipios y nada más y nada menos que 5 estados – aunque ganaron Sonora- sino también con el pie de todo el PAN en su trasero para removerlo de la presidencia de dicho partido. Eso de andar echando tierra hay que dejárselo al partido de oposición, cosa que el PAN no es desde hace 9 años pero al parecer a Germán se le olvido.

La popularidad en otros ámbitos no se traduce en popularidad política...Con sus excepciones. El tener una cara conocida te hace conocido, pero no te convierte en la mejor opción en una contienda política. Para eso necesitas experiencia, presencia y saber de que se trata el juego. Esto lo aprendieron a la mala, varios de los candidatos del PRD como lo son la velocista Ana Gabriela Guevara, la escritora Laura Esquivel (Como agua para chocolate) y la columnista Guadalupe Loaeza. Las tres perdieron las elecciones, pero ¡ah como firmaron autógrafos! Lo mismo pasó con el candidato panista, ex campeón goleador de la liga mexicana y ex seleccionado Carlos Hermosillo, quién no pudo llevarse el escaño en la cámara por el estado de Veracruz. Aunque el utilizar personalidades en la política no esta del todo prohibido – sólo habría que medir cuantos de los votos que recibió el PVEM fueron gracias a Maite Perroni, la principal imagen de su campaña – sí hay que pensar muy bien antes de lanzarlos como candidatos.

La juventud tiene sus ventajas. No hay más que ver las caras de los candidatos del PRI cómo Enrique Peña Nieto (Edo. Mex) y Rodrigo Medina (Nuevo León) para reconocer que el PRI se embelleció con una cirugía estética – no más una estiradita. Y aunque sigue con mucho mugrero dentro, al parecer la nueva imagen de juventud y frescura les dio resultado en estas elecciones. Con una mayoría en la cámara de diputados y el arrebato de estados estratégicos el PRI se coronó campeón en esta contienda electoral. Mientras el PAN hablaba del pasado y de experiencia, el PRI utilizó el discurso sobre el futuro, sus retos y la capacidad de sus candidatos para hacerles frente. No cabe duda que México es un país telenovelero y que con que exista un discurso bonito y una cara bonita que lo dé, ya es suficiente para obtener el voto.

Puede más el hambre que el miedo. Uno de los temas que se creía más relevante en estas elecciones era el de la seguridad. Con un contador de ejecuciones que sobre pasa al número de muertos en la reciente guerra de Irak, no estaba de más apuntar en esa dirección. Pero los problemas de seguridad no son tan universales como los problemas económicos. Sólo el 20% de la población se ve afectado directamente en inseguridad. Asaltos, secuestros, matazones, no son problemas que vivan todos los ciudadanos, más el aumento de precios, la falta de dinero y la incertidumbre económica eso si es algo que todos entienden. Los problemas de inseguridad están aunados en círculos exclusivos. Cómo por ejemplo, nunca van a secuestrar a nadie que venga de una familia sin dinero. O nunca van a ejecutar a alguien que no tenga que ver con la droga. La inseguridad discrimina, pero la crisis económica no. En estas elecciones la gente votó por aquellos candidatos que les ofrecieran mejorar esa situación, porque para preocuparnos por la seguridad primero hay que tener algo que nos roben.

Lo de hoy es el voto de castigo. Ya conocemos el sorprendentemente aumento del 2% en el voto nulo a nivel nacional. Y aunque el sarcasmo se asome entre las palabras de la anterior frase, no lo hace cuando hablamos del interesante 10% de votos nulos que hubo en el DF. La propuesta del voto nulo durante estas elecciones se basaba en el sentimiento de hartazgo y la necesidad de un castigo hacia los partidos políticos y su manera de hacer política. A pesar de ser una manera muy visible de castigar a la clase política, no es ni la principal ni la mejor. Ese lugar lo ocupa el votar por el contrario, que en estas elecciones quedó muy bien demostrado con los casos de Sonora, de San Luís Potosí y Querétaro, que castigaron a sus gobiernos – y partidos preferidos – votando por los opositores principales. También se dio con la pérdida de votantes, quienes decidieron abstenerse en vez de luchar porque su partido obtuviera el triunfo. Aunque no hay que esperar que los partidos entiendan la lección.

Las sucesiones suceden. Casi siempre las elecciones buscan cambiar a los políticos que sí “trabajan”, es decir aquellos que tienen un puesto público. Buscan renovar y acomodar para que los cambios sucedan y se tomen mejores decisiones. Sin embargo, estas elecciones nos enseñaron que el síndrome de la selección mexicana de fútbol también lo tienen los partidos políticos, ya que decidieron cambiar a sus D.T.s – o presidentes – debido a los malos resultados obtenidos. Esto para retomar el camino y mostrarse fuertes nuevamente dentro de tres años para sentar uno de sus militantes en la silla presidencial. Sin embargo ambos tienen problemas en cuanto a las decisiones. El PAN ya dijo que tendrá un presidente interino para que termine con el periodo de Germán Martínez, osease un presidente de chocolate. Y el PRD debe, primero, obtener la renuncia de su presidente (Jesús Ortega) y, luego, correr a su dirigente (Andrés Manuel López) para comenzar su purga y tener esperanzas para que dentro de tres años siga habiendo un PRD.


Tendremos el gobierno que nos merecemos. Durante las elecciones leímos las noticias, escuchamos a los candidatos y, para todos aquellos que votaron, decidimos por una propuesta u otra. Sin embargo, de todas las promesas – imagínense cuantas propuestas diferentes pueden hacer 500 personas – es posible que no se cumplan ni el 2%. ¿Por qué? Simplemente porque no le pondremos atención a lo que hagan (o no hagan) nuestros representantes electos, a menos que sea un escándalo. Si nosotros no exigimos que se cumplan esas promesas, lo más probable es que los representantes prefieran hacer favores políticos y asegurar el siguiente puesto: en un gabinete, en una secretaria, en algún gobierno. Si realmente queremos que, mínimo, nuestro representante se presente en la cámara o no se duerma en las sesiones, tenemos que exigirle que lo haga… O no lo haga.

Siempre habrá juanitos. Lo mejor y lo peor que podemos aprender de estas elecciones es la aparición de Rafael Acosta “Juanito”, aquel candidato del PT que por petición de su presidente legítimo entregará el puesto a la candidata no registrada del PRD. ¿Por qué lo mejor? Porque Juanito es un personaje que está viviendo sus quince minutos de fama. Es la representación moderna del folklore mexicano, que ni ha los más creativos escritores de “el privilegio de mandar” se les hubiera ocurrido escribir. También es lo mejor porque yo no vivo en Iztapalapa ni soy Marcelo Ebrard quien tiene una difícil decisión por delante – bueno, difícil para cualquier persona que tenga fuertes principios democráticos y una clara visión del futuro colectivo – ya que tiene que decidir si permite la licencia de Juanito para renunciar y si declara a Clara Brugadas como sucesora en Iztapalapa. Esta decisión va marcar si es Marcelo Ebrard tiene la suficiente fuerza política como para hacer algo que le convenga a él y no a su antecesor Andrés Manuel López Obrador.
Y bueno, lo malo de la existencia de un personaje como Juanito en la política mexicana es que sólo demuestra el grado burlón que ésta tiene, la ignorancia política en la que vive el pueblo mexicano y la malandrés que tienen algunos políticos que sin importar las consecuencias manipulan a la gente según su conveniencia.
Hasta que los mexicanos no empecemos a sumar esfuerzos y encontrar coincidencias entre las diferentes idiosincrasias que conviven en nuestra sociedad, siempre habrá Juanitos que nos recuerden que aún no hemos salido del agujero.

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